Las Cocottes
Si habéis leído Gigi de Colette, o habéis visto la película, o La dama de las camelias, de Alexandre Dumas, sabéis de que va la cosa más o menos. Para los que no lo habéis leído, las cocottes eran aquellas mujeres que, por decirlo de forma fina, se dedicaban a la profesión más antigua del mundo. La principal diferencia entre las cocottes y una mujer que trabajase a pie de calle era el status y el poder económico. Las cocottes lograron hacerse un hueco entre la clase más alta. Estaban socialmente aceptadas, aunque nadie hablase de ellas. Muchas de ellas provenían del mundo artístico, lo cual no significa que todas las actrices fuesen cocottes y viceversa. Hablar de ellas es hablar de un momento histórico. Son el fiel reflejo de la sociedad del siglo XIX y principios del XX. Enemistades, como la de La Paiva y Cora Pearl, hombres que perdieron su fortuna por ganarse el amor de ellas, escándalos… Todo ello forma parte del demi-monde, conocido así al mundo de las cocottes.
Jacqueline Forzane, acritz y conocida cocotte de principios del siglo XX
El poder económico de estas mujeres les permitió a muchas de ellas hacerse un armario increíble, que causaba la envidia a las mujeres de la época, que veían como su clase social les impedía lucir modelos similares a los de las cocottes. En cada salida, ya fuese a comer a un restaurante, o en el teatro, sabían que tenían que sorprender para mantener su fama, ya fuera a través de la ropa, vistiendo de forma vistosa, o a través de los accesorios. Y en la categoría accesorios se incluye todo: desde animales exóticos o joyas de gran valor, hasta sirvientes.
Polaire y su cintura de 36 cm.
Cecil Beaton nos habla de Polaire, actriz a la que probablemente conozcáis por su estrechísima cintura, de 36 cm. Esta actriz de musicales, era famosa por su pelo corto, algo bastante raro en las mujeres antes de los años Veinte, y un piercing en la nariz, que al parecer se hizo sobre el año 1913. Según nos cuenta Beaton, volvió de una viaje de América acompañada de un chico negro que, colgando de su cuello, llevaba una placa en la que se podía leer “Pertenezco a Polaire. Hagan el favor de devolverme a ella.”. Una buena forma de llamar la atención, ¿no?
Es curioso que fuese en la sociedad inglesa de mediados del siglo XIX cuando las cocottes se hicieron más populares. Una sociedad reprimida, con una larga lista de normas sociales que aceptaban el demi-monde. Pero fue en Francia donde la mayoría de ellas triunfó. El demi-monde no era algo nuevo en la sociedad, pero fue hacia 1852 cuando alcanzó mayor notoriedad.
Cora Pearl, probablemente la cortesana más conocida de la época, cuenta en su Memorias, libro que podéis leer si estáis interesados, como se inició en el mundo del demi-monde: tras pasar una noche con un hombre de cuarenta años que la siguió al salir de misa, este le dio cinco libras. Si es verdad o mentira, jamás lo sabremos, forma ya parte de su leyenda. Fue a partir de su llegada a París hacia 1850 cuando Cora alcanza su mayor popularidad. Con una facilidad increíble para gastar dinero (se cuenta que se gastaba unos 50.000 francos de la época), la famosa cocotte, tras un funesto incidente con uno de sus admiradores, tuvo que salir corriendo de Francia. Volvería a su amada ciudad de París años más tarde, donde fallecería en 1886 de un cáncer de estómago. Su vuelta no significó el retorno a su antiguo modo de vida. Sus antiguos protectores la dejaron de lado y tuvo que vender sus posesiones: mansiones y joyas recuerdo de un tiempo mejor. Tras ella vinieron muchas más. Chicas jóvenes con ganas de emular a Cora, o, incluso, superarla.
Cora Pearl, una de las cocottes más famosas.
Ya entrado el siglo XX nos encontramos a mujeres como Jacqueline Forzane, o Gina Palerme. Las dos eran actrices, y cada una triunfó dentro y fuera de los escenarios por sus diferentes encantos. Forzane, a la que Cecil Beaton nos describe como “(…) gracia exquisita y su original línea de cuerpo, su blancura luminosa, su naricilla respingada y bien conformada, y sus labios de capullo de rosa, era como un clarín que convocase al sexo.”
Gina Palerme
Gina Palerme, que llegó a dirigir un espectáculo en el Moulin Rouge, era conocida, como muchas cocottes, por su extravagante vestuario, pero lo que la hacía diferente al resto era su afición al deporte, especialmente la esgrima.
Muchas de ellas se convirtieron en iconos de moda. La gente ya no se fijaba en la corte para seguir la moda, sino que analizaban detalladamente a las cocottes. Madame Paquin, o Charles Worth eran, entre otros, los diseñadores elegidos para vestir con creaciones a cada cual más espectacular a sus clientas más atrevidas. No solo un gran armario lleno de prendas era suficiente para ser una cocotte famosa. Contactos importantes, como Cora Pearl, que llegó a convertirse en amante del príncipe Napoleón, y, sobre todo, el saber entretener. Tenían que contar con el suficiente saber estar, las maneras adecuadas, sin llegar a resultar agobiantes y preocupadas a sus acompañantes, que acudían a ellas para “desahogarse”, a olvidar sus penas en el trabajo, con sus esposas…
Beaton sitúa el final de este grupo de mujeres en 1914, con el inicio de la Primera Guerra Mundial. Tras ella, las cocottes estaban mal vistas, siendo símbolo de una época ya pasada, de un tiempo mejor, pero a la vez más cerrado. Los Años Veinte estaban cerca y la mujer se incorporaba al trabajo. El estilo de vida desenfadado de estas mujeres pasó a estar pasado de moda. Poco a poco se las fue olvidando, quedando como un mero ejemplo de las extravagancias de las clases altas del siglo XIX y principios del XX